Gisela Colon

Descubrí el increíble trabajo de Gisela en una colaboración con La Patinoire Royale. Al imaginar su stand en la última edición de la Brafa en Bruselas me enamoré de estas misteriosas obras. Con el sueño de tener una muy pronto expuesta en mi interior.

Primitivas energías vitales

Para su primera exposición en Europa, y en particular en Bruselas, en la Patinoire Royale – Galería Valérie Bach, Gisela COLON desgarra el gran velo blanco del arte contemporáneo con obras que, digamos claramente, pertenecen a lo «nunca visto». Estas extraordinarias formas abombadas que toman sus pinturas, hechas de plexi termo moldeados, son anticipos futuristas, tocando su iridiscencia, es decir, sus infinitas variaciones de luces y de colores dependiendo del ángulo de visión, que deleitan el ojo tanto como empujan todas nuestras certezas.

Del cruce entre el minimalismo californiano y el arte cinético de los años sesenta nació toda la genial producción de Gisela Colón que vive y trabaja en Los Ángeles.

Su trabajo reside precisamente en esta investigación de forma y de color puros, en perfecta resonancia con el «Light and Space Movement» de los artistas de la Costa Oeste al principio de los años sesenta como James Turell, Bruce Nauman, Craig Kauffman, Robert Irwin, etc… Sus obras de entonces eran (y siguen siendo) tales que en sí mismas, objetos perfectamente autónomos, directamente inspirados en las luces y los colores de California: aparecen a los ojos del espectador en toda su potencia, en su pureza absoluta, sin comprometer la subjetividad del sujeto que mira.

Las obras de Gisela Colon, en cambio, involucran al espectador; por este medio, cita el arte óptico-cinético de los mismos años 60, inspirada directamente en Carlos Cruz Diez (a la que la Patinoire consagra al mismo tiempo una gran retrospectiva, precisamente por esta cercanía a su obra, y de lo que afirma herencia), Horacio García Rossi, Gregorio Vardanega, Karl Gerstner, Antonio Asis, Rafael Soto o Julio Le Parc.

Por su movimiento corporal ante la obra, el sujeto que mira modifica el objeto mirado; de esta dialéctica entre sujeto y objeto nace la noción de obra participativa, convirtiéndose el espectador en actor de la obra de arte. Su posición modifica y subjetiva la percepción ambigua e individual, personalizada, que tiene del objeto. El movimiento, que es también el tiempo del movimiento, modifica su visión: aquí se trata de arte cinético – óptico, introduciendo en el arte la cuarta dimensión, la del tiempo. Toda la originalidad de la obra de Gisela Colon resulta de esta síntesis entre minimalismo y arte óptico que, por tanto, se puede calificar de «quinestética».

Estas células esencialmente murales poseen en ellas una vida, una forma de capacidad orgánica de mutación, como una promesa de futuro, a imagen de células, plasma placentario, huevos cósmicos, muy atractivos e inspiradores. Fascinantes y misteriosas, sus obras son también muy relajantes, volviendo a arquetipos vitales, yendo a despertar en nosotros, en lo más profundo de nuestro inconsciente, la imagen misma de una vitalidad, de una biología secreta, muy femenina, con formas redondas, maternales, cómodas, ligeramente indefinidas. Algunos verán células, otros matrices, otros tambien ojos, … todas estas curvas acarician nuestras retinas en un borrón cromático extremadamente atractivo y particularmente interpelante, que no elude la poesía, la fantasía y los sueños;

Manteniendo los procesos de fabricación y los componentes técnico-materiales totalmente en secreto, Gisela nos invita a abandonarnos al ensueño frente a estas obras de arte del futuro, definitivamente parte de una post contemporaneidad donde las citas del pasado vuelven hacia nuevas investigaciones, nuevos resultados posibles gracias a nuevos materiales con efectos tan novedosos como conmovedores.

Estas recientes creaciones de «monolitos» estáticos abren una nueva dimensión más en su trabajo, organizado en torno al tema del género, ya que estos «menhires», hechos de los mismos materiales, de las mismas técnicas que sus vainas, remite inmediatamente a las formas fálicas de la prehistoria más lejana. Si, por un lado sus células hablaban de una feminidad enterrada, sus monolitos, igualmente iridiscentes, son alusiones asumidas y manifiestas a las potencias creadoras viriles, de las que emana una energía vital. En cierto modo, sus dos producciones están íntimamente vinculadas porque usan luz y color para reducir la brecha entre los dos géneros. La universalidad de la percepción visual aquí unifica las formas sexualmente definidas, como un poderoso vinculo que evapora las fronteras.

Toda la obra de Gisela Colón está atravesada por estas preguntas tan humanas y contemporáneas, en torno a la naturaleza, de su percepción, de la sexualidad y de la vida, que son, en definitiva, una misma cosa.

Estas formas puras y estos colores celestiales, tomados del arco iris, son proyecciones filosóficas de un pensamiento cuya única finalidad es responder a sí misma, desencarnada de toda función, trayendo la percepción pura, desencarnada, a ser su propia justificación.

Pero sería reductor considerar las obras de Gisela Colón como una simple manifestación de un estado de percepción, como una fenomenología materialista con fines de asombro o satisfacción estética. Se trata, mucho más allá, de descubrir los arcanos de la vida y de interrogar a la misteriosa energía creativa del Big Bang, que no se resume aquí más que a la luz, en una primitiva explosión de colores.

Con esta exposición Gisela Colon afirma su estatus de artista demiurge, al igual que Râ, el dios egipcio cuya luz asegura el ciclo de la vida. ¿Qué mejor referencia se puede dar a un artista que la del dios creador de la primera civilización

Constantin Chariot